PEQUEÑAS
SEMILLITAS
Año
12 - Número 3531 ~ Jueves 14 de Diciembre de 2017
Desde
la ciudad de Córdoba (Argentina)
Alabado sea Jesucristo…
Jesús,
Palabra del Padre, tú fuiste anunciado por el mismo Padre desde el cielo, por
medio del ángel Gabriel, y viniste a las entrañas de la Virgen María. De ella recibiste
nuestra carne, humana y frágil.
Siendo
rico, quisiste escoger en este mundo lo pobre, lo humilde, lo pequeño junto con
María, tu madre.
Nuestro
mundo, fuerte y orgulloso, necesita de Ti, aunque a veces no lo parezca.
Ven,
Señor, a nuestras casas, a nuestros lugares de trabajo, a nuestras comunidades,
a nuestras calles y mercados; ven a nuestras fronteras, cada vez más altas…
¡Ven,
Señor!
¡Buenos días!
Dentro de ti
Cuando
tu vida se encrespa con alguna tormenta, no pierdas el ánimo, porque hay dentro
de ti fuerzas insospechadas. Entre todas sobresale una que debes valorar,
cuidar, entrenar y servirte de ella: la voluntad. El éxito comienza siempre con
una voluntad decidida a permanecer firme en la lucha, ése es el gran regalo de
Dios. Utilízalo con humildad.
No hacen falta ojos para ver más allá. Basta con que
cierres los párpados, para que aparezcan tus ilusiones, tus esperanzas, tus
motivos para luchar. Lo importante está en ti, dentro tuyo, esperando que te
animes a mostrarlo. No te fijes en los demás ni en el qué dirán, deja actuar tu
intuición, libera tus capacidades. Tu voluntad puede transformar: tus lágrimas
en sudor, tu desgano en sacrificio, tu duda en convicción. Te permite pararte
después de cada tropiezo, y hace que tus problemas dejen de serlo. No te
enceguezcas ante la adversidad, mira y
descubre la fuerza que hay dentro de ti, no hay nada imposible, si realmente te
lo propones.
No
olvides que una voluntad firme y valiente “puede transformar tus lágrimas en
sudor, tu desgano en sacrificio, tu duda en convicción”. Que también tú, como
esos soldados que hallan un gozo especial en los más duros combates, sepas
entrenar y desarrollar una voluntad recia para salir, de la mano de Dios,
victorioso de las adversidades.
* Enviado por el P. Natalio
La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
Texto del Evangelio:
En
aquel tiempo, dijo Jesús a las turbas: «En verdad os digo que no ha surgido
entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más
pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el
Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los esforzados
lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan
profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que
tenga oídos, que oiga». (Mt 11,11-15)
Comentario:
Hoy,
el Evangelio nos habla de san Juan Bautista, el Precursor del Mesías, aquel que
ha venido a preparar los caminos del Señor. También a nosotros nos acompañará
desde hoy hasta el día dieciséis, día en el que acaba la primera parte del
Adviento.
Juan
es un hombre firme, que sabe lo que cuestan las cosas, es consciente de que hay
que luchar para mejorar y para ser santo, y por eso Jesús exclama: «Desde los
días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y
los violentos lo arrebatan» (Mt 11,12). Los “violentos” son los que se hacen
violencia a sí mismos: —¿Me esfuerzo para creerme que el Señor me ama? ¿Me
sacrifico para ser “pequeño”? ¿Me esfuerzo para ser consciente y vivir como un
hijo del Padre?
Santa
Teresita de Lisieux se refiere también a estas palabras de Jesús diciendo algo
que nos puede ayudar en nuestra conversación personal e íntima con Jesús: «Eres
tú, ¡oh Pobreza!, mi primer sacrificio, te acompañaré hasta que me muera. Sé
que el atleta, una vez en el estadio, se desprende de todo para correr.
¡Saboread, mundanos, vuestra angustia y pena, y los frutos amargos de vuestra
vanidad; yo, feliz, obtendré de la pobreza las palmas del triunfo». —Y yo, ¿por
qué me quejo enseguida cuando noto que me falta alguna cosa que considero
necesaria? ¡Ojalá que en todos los aspectos de mi vida lo viera todo tan claro
como la Doctora!
De
un modo enigmático Jesús nos dice también hoy: «Juan es Elías (...). El que
tenga oídos que oiga» (Mt 11,14-15). ¿Qué quiere decir? Quiere aclararnos que
Juan era verdaderamente su precursor, el que llevó a término la misma misión
que Elías, conforme a la creencia que existía en aquel entonces de que el
profeta Elías tenía que volver antes que el Mesías.
Rev. D. Ignasi FABREGAT i Torrents (Terrassa, Barcelona,
España)
Santoral Católico:
San Juan de la Cruz
Doctor de la Iglesia
Nació
en Fontiveros, provincia de Avila (España), hacia el año 1542 en el seno de una
familia humilde. En su juventud sirvió a los enfermos en el hospital de Medina
del Campo a la vez que estudiaba en el colegio de los jesuitas. En 1563 ingresó
en la Orden del Carmen. Completó su formación en la Universidad de Salamanca y,
ya sacerdote, se sintió atraído por los cartujos, pero, tras un encuentro
casual con santa Teresa de Jesús, fue el primero de los frailes carmelitas que
a partir de 1568 se declaró a favor de su reforma, por la que soportó
innumerables sufrimientos y trabajos. Fue apóstol, a la vez que contemplativo,
en particular de la pasión de Cristo, y escritor. Sus poesías son una cumbre
literaria, y es un clásico de la mística. Como atestiguan sus escritos,
ascendió a través de la noche oscura del alma al monte Carmelo, monte de Dios,
buscando una vida escondida en Cristo y dejándose quemar por la llama viva del
amor de Dios. Murió en Úbeda (Jaén) el 14 de diciembre de 1591.
Oración: Dios, Padre nuestro, que hiciste a tu
presbítero san Juan de la Cruz modelo perfecto de negación de sí mismo y de
amor a la cruz, ayúdanos a imitar su vida en la tierra para llegar a gozar de tu
gloria en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén
© Directorio Franciscano - Aciprensa
Pensamiento de San Juan de la Cruz
"El alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa"
❤
"Bienaventurado el que, dejando aparte su gusto e
inclinación,
mira las cosas en razón y justicia para hacerlas"
❤
"Buscad leyendo y hallaréis meditando;
llamad orando y abriros contemplando"
❤
"El que no busca la cruz de Cristo,
no busca la gloria de Cristo"
Tema del día:
Para Dios no hay nada imposible
María
escuchó al ángel hablando en su silencio: Para Dios no hay nada imposible. Todo
es posible para Él. No para mí que soy limitado y torpe. Quiero creer en su
poder actuando en mi vida. Imagino lo que puede hacer si yo creo en Él.
Si
creo que puede actuar. Que puede vencer en mi debilidad. María creyó en ese
poder imposible. Yo quiero creer que Dios puede cambiarme el corazón. Y puede
cambiar la vida de tantos a través de mi propia vida, de mis manos.
Veo
las dificultades del mundo. La oscuridad y el odio. Y me repito a mi oído esta
misma frase. Sé que todo es posible para Dios. Aunque yo crea que no es
posible. Porque me cuesta ver que cambie algo. No veo que lo haga, que actúe.
¿Por
qué no lo hace? Siento que su impotencia me quita la esperanza. ¿Y si realmente
no actúa y no vence? ¿Y si al final me encuentro solo ante la muerte? ¿Y si no
sana la enfermedad y no me devuelve la vida perdida?
Me
dicen que para Dios todo es posible. Pero yo no veo que sea real ante tanta
muerte. El Adviento me habla de renovar la esperanza dentro de mi alma. Nada es
imposible para Dios. Pero quizás no se adapta a mis deseos como a veces
pretendo.
Y
juzgo a Dios porque no hace lo que le pido. Porque no es fiel a su promesa en
mi vida tal como yo lo quiero. No creo en su poder. Por eso calculo mis
fuerzas. Porque he dejado de tener fe.
Pero
hoy me dicen que para Dios todo es posible. Y vuelvo a creer. Y sé que Él no
quiere actuar sin mí. Me necesita, cuenta conmigo, para hacer lo imposible.
Quiere que lo busque en cada momento. Todo es posible para Dios, cuando abro la
puerta y dejo que entre.
Madeleine
Delbrêl, asistente social en Ivry, Francia, que descubrió a Dios en las calles
de la gran ciudad y en los anhelos insatisfechos de los hombres, decía: Más
allá de lo que hagamos, más allá de que empuñemos una escoba o una
estilográfica, que hablemos o permanezcamos mudos, que zurzamos una prenda o
demos una conferencia, cuidemos un enfermo o estemos escribiendo con la máquina
de escribir. Todo eso es sólo la cáscara de una realidad maravillosa, del
encuentro del alma con Dios minuto a minuto. ¿Llaman? ¡Abramos rápidamente!: Es
Dios que viene a amarnos. ¿Vino alguien?: ¡Adelante! Es Dios que viene a
amarnos. ¿Hora de sentarse a la mesa?: ¡Vayamos! Es Dios que viene a amarnos.
Dejémoslo hacer.
Es
Dios que viene a hacer posible lo imposible. Viene a hacer realidad los sueños
de mi alma. Viene a cambiar mi corazón que no se resigna a la vida que lleva y
quiere algo más, sueña con algo más. Viene a amarme para que yo le ame.
Quiero
lo imposible. Pero es verdad que mis planes no siempre resultan. No logro
eludir la cruz, o que sea esta más pequeña. No consigo caminar más rápido. Ni
tener más de lo que tengo.
Pero
sigo sabiendo que para Él no hay nada imposible. Aunque no me toque ver a mí
los frutos, ni el cielo en la tierra. Pero sé que puede forzar la puerta de mi
alma. Puede sanar mis heridas más profundas. Puede hacer que me sienta en paz y
no me queje tanto de la vida.
En
realidad lo que me sana es no querer lo imposible. No desear lo que no poseo.
No pretender una vida sin cruces. Me sana no atarme a lo que tengo, a mis
deseos, por miedo a perderlo todo. Lo que de verdad me hace libre es necesitar
poco, y exigirle a la vida sólo lo que me da.
¡Cuántas
veces mi oración es egoísta! Pido lo que a mí me viene bien. Pido lo que deseo
y pienso sólo en mí. Giro en torno a mis necesidades. Y me enfado con ese Dios
impotente que no me salva.
Tal
vez si cambio mi forma de mirar resulta que veo su poder actuando. Cuando dejo
de pedir tanto y comienzo a esperarlo todo. Descubro entonces en mis propias
carencias un camino de vida, una misión tan grande.
Como
le ocurrió al P. Kentenich: “Al ver cuántas personas han perdido su hogar, se
suscita en mí una fuerza que me impulsa a poner todo mi amor a disposición de
la gente. Permítanme confesarles que esta fue una de las fuerzas motrices que
me llevaron a ordenarme sacerdote, poner a disposición de los hombres todas mis
energías. No tengo a nadie, así ocurrió en mi caso, por eso el firme principio:
lo que te ha pasado a ti, que en lo posible no le pase a nadie más. De ahí
brota la fuerza para renunciar a uno mismo. Brindemos hogar a otros cuando
nuestro propio corazón clame por hogar”.
El
P. Kentenich sufrió tanto la soledad en su vida. Y creyó que la misión que Dios
le confiaba en su herida era hacer posible que muchos no sufrieran lo que Él
había sufrido. Dar hogar sin haberlo tenido.
Y
Dios hizo posible lo imposible a través de su corazón de padre, de buen pastor.
Utilizó su vida rota, su tiempo tan finito, sus gestos torpes, sus palabras
pobres. E hizo milagros haciendo que fuera posible lo imposible.
Hoy
Jesús me invita a mirar mi corazón. Y quiere que busque en el alma mi misión
imposible. Desde mi herida. Esa misión que me parece inalcanzable. Sé que Dios
lo puede hacer conmigo, porque para Él todo es posible.
Mi
misión tiene que ver con los hombres, con sus carencias, con sus heridas, con
sus dolores. Hay tanta soledad y abandono. Hay tanta pobreza en el alma. Hay
tanta angustia y amargura. Y mi vida puede hacer posible lo que parece
imposible. Desde mi carencia, desde mi dolor. Mi misión concreta es la que me da
luz y esperanza.
Me
gusta mirar así mi vida y creer en su poder infinito. En medio de la más negra
noche aparece una luz. Cuando en la vida todo se torna oscuro, surge un
destello de esperanza entre mis dedos. Parece todo perdido y brota la
esperanza. Esta promesa de vida hoy llena mi alma.
El
Adviento me dice que para Dios todo es posible. Si creo. Es posible acabar con
la negrura del alma. Es posible creer contra toda esperanza. Es posible sembrar
amor cuando no he sido amado. Es posible perdonar lo imperdonable, aun no
habiendo sido perdonado.
Y
creer que en medio del dolor más hondo es posible encontrar una esperanza a la
que agarrarse. Aunque me siga doliendo. Y ver algo de luz con mis ojos ciegos.
Es posible lo imposible cuando creo en ese Dios que me ama y me recuerda que
tengo una misión que realizar. Que hago falta en este mundo tan roto. Que mi
vida tiene un sentido que no alcanzo a distinguir al perder a un ser querido,
al sufrir el abandono o la soledad, al caer enfermo.
Cuando
me encierro en mis miedos y angustias. Cuando no soy capaz de construir nada
porque me vuelvo destructivo en mi pecado. Y no perdono mis actos, ni mi
pasado, ni mis errores. Y entonces resulta que sí que es posible cambiar.
Cuando menos lo espero Dios me dice que sí, que no dude. Que si creo en lo
imposible Él lo puede hacer realidad. En mi vida, con mis gestos y mis manos.
© Carlos Padilla Esteban - Aleteia
Meditaciones
Considera
como Jesús padeció desde el primer momento de su vida; y todo lo padeció por
amor nuestro. Él no tuvo en toda su vida otro interés después de la gloria del
Padre, que nuestra salvación.
Como
Hijo de Dios, no tenía necesidad de padecer para merecerse el paraíso. Cuanto
sufrió de penas, de pobreza y de ignominias, todo lo aplicó para merecernos la
salvación eterna. Así, pudiendo salvarnos sin padecer, quiso tomar una vida de
dolores, pobre, despreciado y desamparado de todo alivio, con una muerte la más
desolada y amarga que jamás había sufrido mártir o penitente alguno; solo por
darnos a entender la grandeza del amor que nos tenía, y por ganarse nuestros
afectos.
Vivió
treinta y tres años, y vivió suspirando
porque se acercase la hora del sacrificio de su vida, que deseaba ofrecer para
alcanzarnos la divina gracia y la gloria del paraíso.
Este
deseo le hizo decir: Con bautismo es menester que yo sea bautizado; ¿y cómo me
angustio hasta que se cumpla? Deseaba ser bautizado con su propia sangre, no
para lavar sus pecados, siendo él inocente y santo, sí los de los hombres, a
quienes tanto amaba. Nos amó, y nos lavó en su sangre, dice san Juan (Ap. 1, 5)
¡Oh
exceso del amor de un Dios, que todos los hombres y todos los Ángeles no
llegaron jamás a comprenderle y alabarle cuanto basta! Vemos lamentase a San
Buenaventura al ver la grande ingratitud de los hombres a tan grande amor, y se
admira que nuestros corazones no se rasguen por la fuerza del amor de Dios. Se
maravilla en otro lugar el mismo Santo de ver a un Dios padecer tantas penas,
gemir en un establo, pobre en un taller, desangrado sobre una cruz, en suma, afligido
y atribulado en toda su vida por amor de los hombres; y ver luego a estos no
arder de amor por este Dios tan amante, y aun tener valor de despreciar su amor
y su gracia. ¡Oh Dios! ¿Cómo es posible comprender que os hayáis reducido a tanto
padecer por los hombres, y que haya de estos quienes ofendan tanto a Vos?
Los cinco minutos de María
Diciembre 14
La
Virgen María, cuando aceptó ser Madre del Mesías, se puso en manos de Dios para
hacer su voluntad. Ya los primeros acontecimientos difíciles de la vida de
Jesús fueron purificando su fe y profundizando su entrega sin límites.
María
fue descubriendo, a la luz de la fe, el destino de su Hijo como el Siervo
sufriente de Yahvé anunciado por los profetas. Todo llegó a su culmen en la
traición del pueblo y en la muerte humillante en la cruz. La Virgen Madre vivió
en su corazón la cruz del sufrimiento, pero su fe le hizo vislumbrar la
resurrección del crucificado.
Ningún
corazón vivió con tanta profundidad el gozo de la resurrección.
Virgen Madre, te queremos acompañar en tu cruz y te
pedimos poder participar también del júbilo y la exultación del Resucitado.
* P. Alfonso Milagro
FELIPE
-Jardinero de Dios-
(el
más pequeñito de todos)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Gracias por participar comentando! Por favor, no te olvides de incluir tu nombre y ciudad de residencia al finalizar tu comentario dentro del cuadro donde escribes.